Feliz día del beso… erótico

Para celebrarlo, hoy día 13 de abril, comparto una pequeña escena de mi primer libro Pozos de pasión.

—Es solo un beso.

¡Y un cuerno solo un beso! ¡Sería mi primer beso! Va a pensar que soy una mojigata. Que es justo lo que soy. No tengo ni idea de cómo se besa, no lo he hecho nunca. Bueno, besos de cariño casto en la mejilla sí, pero de estos otros no. Aunque siempre me ha parecido fácil. Ha bajado tanto la cabeza que tan solo debo elevar unos milímetros mi barbilla. No tendría ni que ponerme de puntillas para alcanzar su boca con la mía. Tiene una boca muy bonita, con unos labios bien dibujados, suaves y de un color rosado delicioso. El muy capullo sabe cómo tentarme. Antes se ha dado cuenta de que no me ha molestado precisamente estar en sus brazos. Me está seduciendo con cada mirada y cada gesto. Es un artista. Que hace tres días que le conozco. ¡Literalmente!

No lo va a hacer él. No me va a besar. Quiere que sea yo la que dé el último paso, la que recorra esos últimos milímetros. Qué listo. Entrelaza los dedos a mi espalda juguetón acercándome un poco más, como si no pudiera sentir ya su calor en mi cuerpo. Me da todo el tiempo del mundo para que me decida. A mí me parece una eternidad y seguro que a él también, pero aguanta con paciencia y carita de no haber roto nunca un plato. Yo tampoco he dicho que no. Sabe que, si no lo estuviera considerando seriamente, ya me habría separado de él y le habría soltado una fresca, o un bofetón. Pero no, me he quedado paralizada, buena señal para él. Lo que digo, un artista de la seducción. Debería escribir un libro.

Y por fin lo hago. Llevo deseándolo desde que me alcanzó aquella taza. Hace tres días. Aquí y ahora mi cerebro no encuentra ninguna razón suficientemente potente para contradecir lo que mi cuerpo desea. Confieso que tendría que ser una razón realmente muy muy potente, porque todo mi ser me empuja a responder a su petición. El cuerpo humano no es una democracia neuronal como nos gusta pensar, es una dictadura endocrina, y los esteroides sexuales están imponiendo un real decreto a la república independiente de mi cuerpo. Sin debate ni votación, ya lo convalidará más tarde el cerebro justificándolo de alguna manera. El corazón se me va a salir por la boca, el diafragma se ha atascado en el estómago y mi entrepierna late hasta dolerme.

Tengo en tensión máxima hasta el último cabello. Me mojo un poco los labios secos de respirar con la boca abierta y transito lentamente los escasos milímetros que nos separan. Ya no le miro a los ojos. Solo a los labios. Mantiene una sonrisa dulce, que relaja cuando me acerco, para dejar la boca ligeramente abierta. Poso mis labios sobre los suyos. Lo hago muy suavemente y siento el contacto en cada una de las terminaciones nerviosas, que son muchas. Muchísimas. Cierro los ojos y solo quiero ya sentir. Mi cerebro racional se ha desconectado, las hormonas tienen el control. Después del primer contacto sutil, vuelvo a realizar otro, igual de delicado, rozando levemente la piel de mis labios sobre los suyos, como si más que besarle quisiera simplemente conocer la textura de ese pedacito de piel tan sedosa. Y otro. Mi nariz encuentra el contacto suave de la suya y siento el cálido aire que exhala, por fin mi cuerpo se relaja, apoyándose totalmente sobre el suyo. Probablemente sus manos en mis caderas hayan ayudado, pero me cuesta distinguir qué hace él y qué hago yo.

Siento su calor. Un calor agradable, relajante, acogedor. Sobre mis pechos, mi estómago, mi abdomen. El gran peso que he cargado durante los últimos días en su presencia desaparece. Ya no hay vergüenza, ni pudor, ni distancia. Solo sensaciones por todo mi cuerpo concentradas en mis labios. Mis manos toman vida propia y las yemas de mis dedos rozan su nuca tan sensualmente como mis labios exploran el perfil de los suyos. Sin ejercer presión, tan solo dejando que la electricidad estática de nuestras pieles nos informe del contacto. Sentir su cuerpo apretándose levemente contra el mío me anima a aumentar un poco más la intensidad sobre sus labios. Ahora sí que se puede decir que lo estoy besando. Sintiendo la forma de su labio superior perfectamente dibujada entre los míos y después la forma de su labio inferior. Me doy cuenta de que finalmente, me he puesto de puntillas y tiro de su cabeza suavemente hacia mí. Él ya no me sujeta por las caderas, sino que me abraza firmemente contra su pecho. Ha empezado a responder a mi beso buscando mis labios, poniendo un poco más de vigor que yo. Es totalmente embriagador, si pudiera, paralizaría el tiempo para eternizar este momento. Morir aquí, ahora, así, sería una bendición. Siento cómo su mano derecha me agarra por la nuca y me atrae hacia sí. Sus dedos se enredan en mi pelo debajo del gorro mientras su pulgar me acaricia la mejilla. ¿Tantas terminaciones nerviosas hay también ahí?

Y por fin toma el mando. El beso dulce se convierte en apasionado y, simplemente, me dejo hacer. Me centro exclusivamente en sentir todos y cada uno de los puntos en los que mi cuerpo se arrulla con el suyo. Su mano izquierda ha bajado hasta donde la espalda pierde su casto nombre y me acaricia, empujándome de manera que mi pubis roza con el suyo. Mi excitación está llegando a límites desorbitados. Jamás me había sentido así. El mundo exterior ha dejado de existir. Solo existen mi cuerpo y el suyo. Sigo acariciándole la nuca con verdadero deleite. Sintiendo con cada yema la suavidad del corto pelo. A pesar de la fuerza con la que me retiene contra él, logro moverme. Ahora necesito moverme. Mover las caderas, mover la cintura, el pecho, los brazos. Él aumenta un poco la fuerza para que no me separe, pero yo necesito contonearme sutilmente. Ha llegado un momento en el que he dejado de sentir su contacto y su calor en mi cuerpo, y la única manera de volverlos a percibir es moviéndome contra él. Me descubro utilizando la lengua para sentir sus labios. Yo lo hago tímidamente, pero él no. Y repentinamente para.

No sé qué ha pasado, ni dónde estoy, ni quién soy. Apoya su frente en la mía, a cambio ha puesto distancia entre los dos sujetándome por las caderas. No me atrevo ni a respirar. Tras unos segundos me da un beso en la frente y se marcha sin más. De sopetón me siento vacía, sola y fría. Ya no siento su calor en mi pecho. Me tiemblan las piernas, así que doy un paso hacia atrás para buscar el muro de la casita junto a la que hemos plantado la consulta y me apoyo. ¿Puede un solo beso provocar un orgasmo? Porque yo pondría la mano en el fuego por que lo que he sentido se puede describir perfectamente como un orgasmo. Y uno glorioso: intenso, largo y profundo. Estoy mareada y necesito serenarme un poco antes de volver.

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