El cuerpo infantil está desprovisto de lo que se denominan en biología evolutiva «ornamentos sexuales». Algo que ocurre tanto en humanos, como en otros mamíferos ¿Por qué es esto así? La respuesta es clara desde el punto de vista evolutivo:
Porque la selección natural ha eliminado aquellos individuos que presentaron ornamentos sexuales antes de que se alcanzaran ciertos hitos mínimos necesarios del desarrollo físico y mental para la socialización sexual.
Atención que NO he escrito «para el coito», sino simplemente para la socialización de carácter sexual: una mirada, un adorno, una caricia, un «me gustas», una flor, un paseo de la mano… Tener en cuenta que las relaciones sexuales comienzan mucho antes de las caricias genitales y el coito es muy relevante, porque este proceso no ocurre de la noche a la mañana, sino que existe un largo periodo transitorio, de desarrollo físico y aprendizaje, llamado adolescencia.
En el caso de la especie humana este periodo dura casi tantos años como la propia infancia, lo que da idea de la importancia de la progresividad del proceso de maduración sexual. No sólo deben desarrollarse el sistema endocrino o reproductivo, sino que es de vital importancia que haya un desarrollo emocional capaz de gestionar el huracán de sensaciones, emociones y sentimientos que conllevan las interacciones sexuales y, más tarde, la reproducción.
De hecho, durante la infancia, es imprescindible que comience ya un aprendizaje previo sobre la sexualidad que incluya el autocuidado, la empatía y el respeto a la sexualidad propia y ajena y que prepare a esa personita a afrontar la tempestad de la pubertad. ¿Dejarías que una criatura se bañase en mar abierto sin aprender a nadar en la orilla? En cuestión de sexo, los primates sólo nacemos con una parte mínima del software en el disco duro, las reglas de interacción tienen que enseñártelas tu familia, porque son sociales no innatas. Es la parte que el ADN deja en blanco para que modifiquemos nuestro comportamiento en función de las necesidades ambientales.

Observando a otros mamíferos, constatamos que la selección natural aleja el comportamiento infantil natural de actitudes llamadas «proceptivas», es decir, actitudes comunicativas destinadas a informar a otros individuos del grupo de la disposición a buscar pareja sexual. Estas actitudes son tan complejas que adquieren el rango de rituales. Por ejemplo, en numerosas culturas alrededor del globo, que una joven se pinte los labios de rojo es una señal que indica que ya está madura para recibir ofertas sexuales. Lo mismo ocurre cuando un joven hace un despliegue de fuerza o pericia, autocontrol y generosidad ante una mujer, es signo de madurez para el sexo y la paternidad.
Las actitudes proceptivas, no son propias de la infancia, son disfuncionales en ese periodo de edad. Como lo son tantas otras que niños y niñas aprenden de vídeos musicales, en las redes sociales o en los vídeos de pornografía de acceso libre en la internet de sus móviles, y que luego reproducen en sus juegos hipersexualizados sin que sus progenitores les informen de su significado, su impacto y sus riesgos. Todas las crías de primates observan a sus adultos y aprenden cuáles son las reglas de la socialización sexual antes de la madurez, pero SIEMPRE cuentan con la ayuda de sus progenitores, quienes tienen que advertirles de qué significan ciertos comportamientos y la seriedad de sus consecuencias potenciales. El sexo no es un juego inocuo y banal, y ciertos bailes son auténticos ritos sexuales que causan un fuerte impacto emocional en el cerebro inmaduro de chicos adolescentes, impulsando la construcción de un deseo sexual pedofílico totalmente disfuncional.
Quizás hay papás y mamás que piensan que esas indumentarias, maquillajes o comportamientos en la infancia no tienen riesgos, justamente porque se despliegan en una edad inadecuada: «son sólo cosas de niños». La cuestión es que no lo son, como no lo es beber alcohol o conducir, es una hipersexualización de la infancia. Y la selección natural no es compasiva, la eliminación de los individuos con actividades disfuncionales, ya sean niños o niñas, suele ser cruel. No siempre es la muerte, la selección natural es más sutil. Frecuentemente los golpes son de violencia emocional, alterando el equilibrio mental de las crías inmaduras que, sin supervisión parental adecuada, se aventuran a explorar territorios para los que aún no están preparados y cuyo trauma es una base altamente inestable para la construcción de su madurez. Estos individuos pueden tener conductas antisociales en la edad adulta y no encontrar pareja, o no, pero sistemáticamente presentan graves problemas para sacar a su propia progenie adelante, por negligencia, abusando de ella o cometiendo infanticidios activos o negligentes (sí, en otros primates también pasa). Si hay algo imprescindible para la reproducción de los mamíferos, es el equilibrio emocional y el autocontrol aprendido durante infancia y adolescencia de los progenitores.

Madres y padres tienen una tarea fundamental desde la más tierna infancia. Deben actuar antes de que sus pequeños imiten comportamientos disfuncionales y perjudiciales para su desarrollo. Deben proporcionarles referentes saludables antes de que los obtengan del exterior. La educación sexual es intrínseca a la protección de la salud infantil y adolescente. La escuela puede ser un apoyo, pero la raíz y el tronco de la salud emocional y sexual de cada peque están en lo que sus progenitores les enseñen con ternura, confianza y comprensión. Si no te sientes con la preparación necesaria para explicarle a tu hijo que los genitales propios y ajenos merecen una delicadeza y respeto sagrados, o de explicarle a tu hija por qué aún no debe pintarse los labios de rojo, acude a un profesional especializado.
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