Son las seis y cuarenta y cinco. Suena el despertador. Me despierto agitada, llorando y asustada una vez más, con la cama mojada, de la pesadilla, de la cual no recuerdo nada. Es un sueño hecho realidad. Me levanto y me dirijo al baño, donde me ducho, me maquillo y me visto. Voy a la cocina para ver si hay algún trozo de pan duro; ni siquiera hay leche para desayunar. Enciendo el móvil y quema: llamadas perdidas y unos bonitos WhatsApp con insultos. Mi día depende de que quieran darme trabajo. Sería feliz si no fuera porque tengo treinta y cinco años, soy una mujer ¿transexual?, me dedico a ejercer la prostitución callejera y tengo una enfermedad rara.
Salgo a la calle y me espera una maravillosa jornada, hasta las tantas de la madrugada. Mi lugar de trabajo está a diez minutos andando, debajo de un puente maltrecho a la entrada de una famosa ciudad andaluza donde paso frío, paso calor y hambre. Trabajo con la única intención de poder ganar algo de dinero para llenar la nevera.








¡Gracias por compartir Mariola!
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De nada el verdadero placer es mío 💜
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Esta nueva sección del blog me parece muy interesante. Muchas gracias Mariola por compartir tu historia. Estoy segura de que voy a aprender mucho.
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De nada, le intentaremos dar la visibilidad necesaria,y que sea de ayuda, a tantas mujeres como niñas, que no caigan en las redes de la necesidad de ser prostituidas un fuerte abrazo.
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