Una amiga acaba de plantearme una interesantísima cuestión en una lectura conjunta sobre El Cuento de la Criada, de la canadiense Margaret Atwood. En pocas palabras, mi amiga reivindica su derecho a usar una indumentaria sexualizada como expresión de su libertad como mujer frente a ciertas críticas de un sector del feminismo.
Y yo, por una parte estoy de acuerdo con ella y, por otra, también creo que las críticas feministas son certeras. Me diréis que es una contradicción, pero voy a intentar explicarme, a ver si lo logro. Lo primero que quiero dejar claro, en mi opinión:
1. Las mujeres tenemos derecho a expresarnos con libertad a través de nuestra imagen, sin que nos silencien.
2. Tenemos derecho a elegir una indumentaria sexualizada cuando así lo consideremos, sin que nos coarten o intimiden.
3. Y tenemos derecho a hacerlo sin culpabilizarnos de posibles agresiones por parte de criminales machistas violentos. Los tarados son ellos.
Una vez dicho esto ¿Cuándo creo que la sexualización de la indumentaria o la imagen de una mujer es un signo de machismo? Cuando no es una expresión de libertad sexual, sino de sumisión a un rol social en el que una mujer es «menos mujer» si no excita sexualmente a los hombres. Cuando el atractivo personal se identifica de manera reduccionista con la exhibición de los atributos sexuales: pecho, caderas, trasero, muslos y labios.
En una ocasión una persona muy cercana, con mucha educación y respeto, le preguntó a una conocida de origen caribeño el porqué de una indumentaria siempre tan ajustada e incómoda para realzar un busto de por sí ya exuberante. Ella, en parte extrañada y en parte incrédula respondió «porque si no, no me sentiría mujer». Yo pensé, pero ¿Para qué es necesario «sentirse» mujer? ¿No lo somos ya por naturaleza, vistamos como vistamos? ¿Qué es lo que le hace pensar a esta mujer que sería «menos» mujer con una indumentaria cómoda y menos sexualizada?
¿Quién la ha inducido a pensar que corre ese riesgo? ¿Qué supondría en su entorno social ser «menos» mujer? ¿Le perjudicaría? Porque no nos engañemos, la exhibición de los atributos sexuales tiene un propósito claro: destacarse como pareja sexual a través de la excitación masculina. Las modas solo nublan parcialmente lo que antropológicamente es constante, porque biológicamente está escrito en nuestro cerebro más primitivo: el nuestro y el de ellos.
No solo estos atributos sexuales anatómicos exaltan el deseo sexual, sino que ciertos símbolos culturales sexuales son tan antiguos como la historia. Por ejemplo, pintarse los labios de rojo ha sido una costumbre ancestral para indicar que una mujer está lista para el coito y, por lo tanto, la maternidad. Lo segundo no suele entenderse tan bien como lo primero.
Y hoy el mensaje sigue vigente, aunque podemos matizar el tono y la intensidad del color de labios que utilicemos para lanzar mensajes que van desde la naturalidad a la pasión pasando por la elegancia y el recato. Y, más importante aún: aunque las mujeres adultas, con acceso a la información y un considerable grado de autonomía y libertad, podamos desvincular el coito de la maternidad a través de los anticonceptivos.
Cuando no somos (o no queremos ser) conscientes de que la sexualización de la imagen tiene el claro efecto de exaltar el deseo y el placer masculino podemos caer en el error de pensar que son juegos de niñas. Recientemente mi amigo, el sexólogo José Luis Garcia, doctor en psicología clínica y gran divulgador, embarcado en una verdadera cruzada contra los efectos perniciosos de la pornografía en la salud sexual de los niños y adolescentes, publicaba el siguiente artículo:
https://joseluisgarcia.net/articulos/la-sexualizacion-temprana-de-las-ninas-y-el-perreo/
Os animo a leerlo, pero os hago un resumen. Por un lado las niñas imitan el comportamiento sexual de mujeres «adultas y listas para el coito y la maternidad» cuando no lo están. Ni siquiera saben lo que es el sexo, ni el coito, y, mucho menos están listas para la maternidad. Pero los juegos infantiles son ensayos de la vida adulta, pedagógicamente mucho más relevantes para el desarrollo de la personalidad y autonomía infantil de lo que se podría pensar a priori, y ellas quieren ser mayores.
Estas niñas no solo se lo están pasando bien, sino que inocente e ingenuamente están entrando en una jaula conceptual de la relación hombres-mujeres donde su aceptación y atractivo personal se basa en su capacidad de excitar sexualmente. Los contoneos de caderas, la exhibición del trasero o los pechos transmiten mensajes biológicos brutalmente claros para nosotros los adultos con experiencia sexual, pero desconocidos por los niños, cuya educación sexual suele ser bastante deficiente, para más inri.
Por otro lado, al llegar a la adolescencia, se sentirán abrumadas y desconcertadas al recibir un trato sexualizado proporcional a unas señales que ellas consideran ingenuamente «normales». Cuando, en vez de constituir una expresión de libertad sexual, una imagen sexualizada sea una necesidad para sentirse aceptadas por una sociedad donde los que deciden son los hombres.
A las mujeres se nos inculca desde pequeñas la importancia de estar guapas, de ser atractivas ¿para qué? Para enamorar al amor de nuestras vidas, al que volvamos loco de pasión desbordante con nuestros encantos. Pero tristemente, el amor romántico es un fraude, una trampa en la que al decir «sí» las mujeres dejamos de buscar ser personas más felices y cómodas con nuestras vidas y cuerpos, para ser «más mujeres».
De todo este fraude del romanticismo, de la libertad sexual que nos merecemos y de la sexualización que nos enjaula hablo en mi novela solidaria Romanticismo y otras coacciones. Te animo a comprarla aquí o en cualquier plataforma literaria, porque, al mismo tiempo, estarás haciendo una donación a la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres.
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